Nos obsesiona que no quede nada tras
nuestra vida que atestigüe que la hemos vivido. En ocasiones dejamos
un hijo -o un puñado de ellos- y, en otros casos, dejamos deudas,
pero siempre queremos una huella indeleble que permanezca aquí
cuando nosotros estemos criando malvas.
El amigo que os traigo hoy se lo ha
tomado muy en serio. Según he podido leer en una de mis visitas a
Now, un adolescente chino ha escrito algo así como “Ding Jinhao
was here” en el templo de Luxor, Egipto. No os puedo asegurar que
diga eso la inscripción porque no sé leer chino. Ni tradicional ni
simplificado.
Comparaciones con el Ecce Homo de Borja
aparte -que no se merecen, más que nada por la calidad artística de
las víctimas-, me parece grave pero tampoco incomprensible. El ser
humano se ha pasado toda su existencia construyendo sobre sus propias
ruinas, borrando las huellas de otros y marcando las suyas bien
hondo, para que duren hasta que llegue el siguiente ególatra de turno y las elimine. Cuanto más
tarde, mejor, claro.
Como buen exiliado, yo me conformo con poco; en este caso, también. Siempre he pensado que lo único que sobrevivirá de mí será la memoria de los demás. Sus buenos y sus malos recuerdos serán lo que prevalezca, por más que me haya empeñado en comerle el tarro al todo el mundo. Por eso siempre les digo a los colegas “dales recuerdos de mi parte” cuando van a ver a amigos en común. No es una expresión hecha; al menos, no en mi caso.
A ver cuándo vuelvo a España a
saludar a los amigos. Recuerdos para todos desde aquí. Pablo was
there.
(Imagen de andy_5322 - Flickr)